30 julio, 2006

I - Mi palabra se dirige ahora a ti


Texto previo al retiro del 29 de Junio 2006
RB - Prólogo

1 ESCUCHA, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente.
2 Así volverás por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia.
3 Mi palabra se dirige ahora a ti, quienquiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades y tomas las preclaras y fortísimas armas de la obediencia, para militar por Cristo Señor, verdadero Rey.

S. Benito nos recuerda en su primera invitación la escucha dócil.

No podemos aprender si no acogemos con humildad y docilidad la Palabra.

Él juega con el sentido de "obedecer" que significa "ob-audire", escuchar desde el interior, escuchar desde el corazón, abrir no solo el oido y la mente, sino, principalmente el corazón.
No señala aquí si el Maestro es el mismo que habla, o bien el Maestro por excelencia que es Cristo. No obstante en toda la tradición espiritiual, existe de manera natural la relación profunda con la persona en la que hemos reconocido al Maestro personal.

Aquel que no traiciona su papel de transmisor de la Palabra para nosotros. Es nuestro padre (o madre) de una manera mucho más plena y verdadera que no lo han sido nuestros padres carnales, porque nos transmite la Vida que está al origen de toda vida.

El verdadero maestro en el espíritu, ocupa muy poco lugar, ya que para nosotros él ha de ser pura transparencia del Señor, ha de enamorarnos del Señor, hacer que nuestra mirada se dirija hacia Él solo, que Cristo sea nuestro centro.

Esto lo consigue S. Benito de tal manera, que aun ahora muchos monjes se resisten a llamarse "benedictinos", ya que S. Benito no legisló para benedictinos, sino para monjes cristianos. No es en vano que se dice que una característica principal del monje es el "Cristocentrismo".

Las diversas invitaciones de la Santa Regla nos llevan a ello, y este Prólogo resulta ser como una declaración enamorada de la belleza de Cristo y del gozo que resulta en seguirle.

Nos pide revestirnos de las armas de esta escucha interior que es la obediencia, que presupone la abertura del corazón. Tendremos tiempo de hablar sobre ella.


4 Ante todo pídele con una oración muy constante que lleve a su término toda obra buena que comiences,
5 para que Aquel que se dignó contarnos en el número de sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones.
6 En todo tiempo, pues, debemos obedecerle con los bienes suyos que Él depositó en nosotros, de tal modo que nunca, como padre airado, desherede a sus hijos,
7 ni como señor temible, irritado por nuestras maldades, entregue a la pena eterna, como a pésimos siervos, a los que no quisieron seguirle a la gloria.

Nada podemos por nosotros mismos. Cuando hablamos de lucha hemos de tener muy claro ya desde el principio que es el Señor el que da la victoria. por esto, en toda situación, nuestra ayuda es el Señor.

Aquí San Benito nos habla de la "Oración constante"... ¿qué? ¿cómo? Si despues en la Regla casi da como raro que alguien se quede a hacer oración en el santuario, (como una moción especial del Espíritu), dando como por sentado que a la mayoría le basta conel ritmo de la Liturgia diaria, ordenada y fielmente realizada.

Esto nos abre al tema de la oración continua y personal, la que supone un trato íntimo y directo con el Señor.

También nos recuerda que el rechazar la gracia que se nos ofrece no es algo que nos deje indemnes. Nos expone a la ira, a, es decir, a los resultados de nuestro rechazo de la redención y de la filiación divina, al olvido de nuestra dignidad y a perdernos, seducidos por las tentaciones.


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