30 julio, 2006

Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir


Texto preparativo del segundo retiro del 7 de Julio 2006

Como apoyo para esta pequeña meditación, quiero tomar la vocación de Jeremías que aparece en Jeremías 1. Jeremías es un profeta por el que siento gran afinidad. En él se aprecia la lucha del hombre de Dios, que por ser fiel a la misión encomendada es capaz de hacerse violencia a sí mismo, realizando aquello para lo que no se cree capaz, aquello que le desagrada profundamente pero que es necesario. También lo veo como un precursor en sus trabajos de Nuestro Señor Jesús, que tuvo una vida durísima y sacrificada (la expresión “varón de dolores” me pareció siempre una excelente definición), y que afrontó una muerte terrible por permanecer fiel al Padre.

Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía,
y antes que nacieses, te tenía consagrado:
yo, profeta de las naciones te constituí.
(Jer 1, 5)


Desde el mismo momento de la Creación, Dios ya pensaba en nosotros, nos ha amado desde siempre. Por el Amor que nos tiene, nos convocó a la existencia, nos dio la vida, y tiene un propósito para nosotros: que le amemos como Él nos Ama. De esta manera, amando, seremos como Él, porque Dios es Amor.

No sólo Dios nos Ama, sino que quiere necesitarnos. Quiere que seamos uno con Él, para que nosotros seamos en la Tierra sus manos, sus ojos, sus oídos, sus labios. Quiere a través de nosotros acariciar al que sufre, escuchar al que necesita comprensión, hablar al que necesita aliento.

Yo dije: "¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho."
(Jer 1, 6)


¿Cómo puede querer Dios servirse de alguien tan insignificante como yo para actuar a través mío?. Dios gusta de servirse de lo más humilde, de lo que para el mundo no cuenta, de lo insignificante. Porque para Dios, todo tiene valor. El padre Tadeusz Dajczer lo llama los “medios pobres”. Son a los ojos de Dios los más valiosos. Un “medio pobre” llamado a la más excelsa misión fue una joven de Palestina llamada María. A los ojos del mundo, sólo era una muchacha medio analfabeta de la región más pobre del Imperio, pero a los ojos de Dios, era la destinada a ser la Madre de Dios.

Dios se sirve de los medios pobres, Dios se sirve de aquellos que no pueden atribuirse nada a sí mismos, sino que todo se lo deben a Dios. La absoluta confianza en Dios se demuestra cuando uno está dispuesto a hacer lo que Dios le pide, sin fijarse en si es capaz o no de ello, confiado en que Dios suplirá con su Gracia lo que falte.

Y me dijo Yahveh: No digas: "Soy un muchacho",
pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás.
No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte - oráculo de Yahveh -.
(Jer 1, 8)


Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?. Es de una lógica aplastante, y no obstante me veo muchas veces dudando, temiendo, afrontando las situaciones con angustia y miedo. Si Dios está conmigo, ¿a qué le tengo miedo?.

En el fondo, lo que veo es mi propia debilidad, y mi poca confianza en Dios. Dios me ha dado la vida, Dios me ha dado todo lo que tengo y lo que soy, Dios se encarnó y murió por mí, pero sigo desconfiando de Él, sigo temiendo el sufrimiento que me ocasiona el ser fiel a su Palabra. El Señor nos asegura una vida eterna dichosa, pero también el que no podremos pasar por esta vida sin beber el cáliz que Él bebió. Decía Kempis que somos prontos para sentarnos a la mesa del Señor, pero no queremos cargar con la Cruz. A los que quieren consuelos pero no sufrimientos, los llama “mercenarios”.

Sé que Dios me ha llamado desde siempre. Todos los seres humanos son llamados por Dios en sus vidas. Y si Dios llama, hay que responder. Pero muchas veces lo que ocurre es que en lugar de responder, luchamos con Dios. Nos aferramos con uñas y dientes a nuestras pequeñas y mezquinas seguridades, desdeñando a Dios. Dios nos dice “Yo sólo te basto”, pero cuesta mucho ponerse al borde del abismo y saltar. “¿Y si Dios no me agarra antes de estrellarme contra el suelo?”.

Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido.
Jer 20, 17

Dios nos quiere para Él. Si le tomamos en serio, pero no lo dejamos todo por Él, entonces se encarga Él de despojarnos de todo aquello que sea un obstáculo para abrirnos a su Amor. Es un proceso duro, doloroso, pero necesario. Dios quiere nuestro bien, quiere que seamos como Él; esa es nuestra máxima aspiración. Y si nos resistimos, nosotros mismos somos los causantes de nuestro sufrimiento.

Por ello, le pido al Señor que yo, que me resisto tanto a su Amor, que soy tan desagradecido ante todo lo que ha hecho por mí, llegue algún día que espero no sea muy lejano, a convertirme en instrumento de su Amor. No le pido que me haga eficaz, que me proporcione éxitos, aunque sea haciendo lo que Él me pida, sino que todo lo que haga en esta vida lo haga por amor a Él; y que bendiga siempre al Señor, ya pase por tiempos de prosperidad, ya pase por tiempos de sequedad y angustia.

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