31 julio, 2006

Inclina el oído de tu corazón

Texto previo para el retiro del dia 29 de Julio 2006


ESCUCHA, hijo, los preceptos del Maestro,
e inclina el oído de tu corazón;
(S. Benito. Regla. Pr 1)

Escucha, es la primera acción que se nos encomienda y el primer paso para adentrarnos en el misterio de la salvación.

Para escuchar primero debemos hacer silencio, silencio que nace del interior de nuestro ser.
Es evidente que si vivimos agitados y nerviosos durante todo el día, no podremos pretender que ejercitándonos durante algunos minutos previos a la oración para estar en silencio interior.

El clima de silencio tiene que envolver toda la vida. Y aquí, debemos hacer una vital diferencia.

Vivir en silencio interior no significa ser mudos.

A partir de nuestra decisión de vivir el silencio interior
NO renunciamos:
  • a responder las preguntas que nos hacen,
  • a manifestar nuestros deseos y esperanzas,
  • a conversar con nuestra familia.
Todo por el contrario, a medida que vaciamos el interior de "nuestras locas voces", comienza a manifestarse unos de los signos del silencio interior que es la paz, fruto del constante deseo de unir nuestra voluntad con la de Dios. Es a partir de ese instante que nos capacitamos para escuchar al otro y la voluntad de nuestro Divino Maestro.

Como dice Santa Teresa de Jesús, debemos luchar, con nuestros pensamientos. Ella los definió como "la loca de la casa” pues van y vienen a su antojo.

Podemos vivir en silencio en medio de la gente que nos rodea, del trabajo cotidiano o en medio de nuestra familia.

Ese silencio tan preciado y tan necesario para una vida equilibrada es la que invita san Benito con la primera palabra de la Regla: Escucha.

Sin silencio no se puede escuchar, ni siquiera podemos escucharnos.

Jaume Boada Rafí, o.p. nos habla de diez criterios que debemos tener en cuenta para discernir cómo está nuestro nivel de silencio interior:


Primero:

Observa si queda algo por perdonar en ti, o en tu vida. En tu pasado más remoto o más cercano.
Mira si hay algún recuerdo que perturba tu alma. No puedes olvidar que
la búsqueda del lugar del propio corazón, tu unificación interior, y el hecho de tener que ser “anuncio evangelizador” en tu vida, exigen una plena paz de alma. Y te animan a buscar el lugar del corazón, para establecer en él un ámbito de comunión y de encuentro.

Para poder hacer este camino hacia el corazón, has de vivir en una pureza total de
la memoria, del pensamiento y de la imaginación, y acoger en ti la presencia
vitalizadora de Cristo.

Has de ser capaz de amar y de dejarte amar. Vivirás en la transparencia total para poder ser “luz”. No pretendas iluminar. Que tu primer objetivo sea vivir en la iluminación interior.


Segundo:

Observa si en tu vida puedes decir que has hecho de manera tan eficaz que se pueda notar el don absoluto de tu amor total a Dios y a los hermanos. Mira si en tu manera de vivir se ve que para ti “nada vale la pena en comparación con el supremo bien de conocer a Jesucristo, mi Señor” (Fil 3,8). El resucitado vive en ti y quiere establecerse en tu interior.

Busca “ese” lugar interior en el que Él vive: es el corazón centro de todo lo que vives y sientes. Haz el camino con paz, sin prisas… sin nerviosismos, ni precipitaciones. Date el tiempo necesario para llegar.

De momento busca el silencio.

Te bastará “estar” serenamente contigo mismo.


Tercero:

Observa si te desestabilizan interiormente, o anímicamente, tus limitaciones y pobrezas, o las de tus hermanos…, o por el contrario si vives en la paz de reconocerlas sinceramente para superarlas aceptándolas.
  • ¿Te dejas llevar fácilmente por los “nervios”?…
Recuerda: Cristo que vive en ti siempre te dice: ¡Ten paz, no tengas miedo…!.

Pero tú mismo has de vivir en esta paz… que siempre supone la ausencia del temor
y de la duda. Porque te has abandonado en confianza.


Cuarto:

Observa si alguna vez, o muchas veces, comienzas el día cansado o sin ilusión de servir y de entregarte.

Mira si lo que predomina en ti es el cansancio o la ilusión, la consideración de las cosas que te cuestan o el ánimo con el que te enfrentas a las cosas que podrías hacer, porque forman parte de tu compromiso con la vida.
  • ¿Te sientes feliz y en paz en tu camino?…
  • ¿Eres feliz?
La felicidad que nace en la hondonada de tu alma será una señal evidente de que
vives en la iluminación interior.

Verás que siempre es una felicidad llena de paz, alejada de los “fuegos de artificio”
volátiles y pasajeros.


Quinto:

Observa si Él ocupa o no, siempre, directa o indirectamente, tu pensamiento, tu corazón y tu vida.

Pregúntate si esta conciencia de Él en ti, es un estímulo para tu vida.

Observa si predominan en ti los criterios que vienen de la fe en Jesús que habla claramente en su Evangelio.

Observa si los hermanos están realmente en el horizonte de tu vida. Pregúntate si tu opción por Jesús es manifestación de esta fe intensa en Él, al que anuncias.

Piensa que el Cristo que anuncias es ¡el Señor que vive! Y vivirá en ti, cuando lo acojas en lo más profundo del propio corazón… cuando percibas que Él es el “todo” en tu alma y en tu vida.


Sexto:

Observa si pierdes fácilmente la paz porque no vives unificado interiormente y vives distraído o disperso.

Pregúntate qué es lo que te altera con más facilidad.
  • ¿Actualmente hay algo que te intranquiliza?
  • ¿Estás en paz contigo mismo?
  • ¿Él vive en ti…?
  • ¿Es verdaderamente el centro que da sentido a todo?…

Séptimo:

Observa si vives o no a Jesús como la opción esencial de tu vida que te ayuda a vivir en la unificación y en la armonía interior. Pregúntate si la presencia del Señor en ti es vivida con claridad, alegría y fuerza. O aceptas, de hecho, un planteamiento de vida conformista y adormecedor que no te ayuda a crecer, ni a darte siempre y más radicalmente al Señor y al hermano. Nunca olvides que el Señor Resucitado siempre camina entre los hermanos.


Octavo:

Observa si caes en la tentación de aceptar vivir y caminar solo, “a tu aire”, o te arreglas tú la vida por tu propia cuenta, prescindiendo de la comunidad de los hermanos, y de tu deber de ser testigo del Señor en la Iglesia y en el mundo.

Observa si, por el contrario, asumes con responsabilidad el compromiso de reconocer tu papel en la vida y lo que la comunidad puede esperar de ti.

Ten en cuenta los dones que Dios ha puesto en tus manos.
  • ¿Ofreces el don de ti mismo a los demás y te entregas a ellos como signo de que quieres darlo todo y darte del todo?

Noveno:


Observa si te conformas tranquilamente con la actitud de no esperar contra toda esperanza…, o, por el contrario, eres capaz de vivir y comunicar tu amor radical por el Señor y la alegría de tener la vida en tus manos para ser capaz de darla con esperanza renovada.
  • ¿Eres optimista o pesimista?

Décimo:

Observa si consciente o inconscientemente salen de tu boca expresiones como éstas:
  • “Yo ya no”…,
  • “Conmigo que ya no cuenten”…,
  • “Yo ya estoy bien así”…,
  • “A mí ya nadie me cambia”...,
  • “Ya nunca jamás volveré a ceder”…,
  • “Ya estoy harto de…
Observa si se dan en ti actitudes cerradas, intolerantes, de juicio negativo precipitado. Observa, sobre todo, si te dejas llevar por la negatividad. Piensa en esta revisión de tu vida que Dios es siempre positivo: “no apaga la mecha que aún humea ni rompe la caña agrietada”.


¡Ora, y reconoce la verdad ante Dios!

El silencio interior es un regalo que se nos da y el mejor camino para lograrlo es:

Presionar con la oración,
invocando al Espíritu Santo
y tomados de la mano de María.

En ese preciso instante en que el silencio nace, se alza la voz sosegada y dulce de nuestro amado Maestro, Jesús.

Nuestro corazón se estremece a sus palabras.

Y sólo alcanzamos a balbucir:

Habla, Señor, que tu siervo escucha.

Amén


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